Cómo huir de una leona (mi primer relato de ciencia-ficción)

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Este es el relato que envié hace dos meses al concurso literario «Premio Ripley». Era mi primer relato de ciencia ficción y fue una gran oportunidad para salir de mi zona de confort y atreverme con este género. Espero que os guste.

Era un día largo de finales de verano, pero en Sejmet la temperatura no subía de diez grados en aquella época. Sus días duraban diez horas y sus años, apenas cien días. Formaba parte del sistema Georgina, como luna de Atum, uno de sus tres planetas. Nun, la estrella blanca, centro del sistema proveía a la luna de una luz lechosa y escasa, ya que Sejmet era el cuerpo más alejado.

El viento era un habitante más de Sejmet, uno muy importante. Ahora, en verano, las ráfagas más fuertes eran de sólo doscientos kilómetros por hora, pero en días malos de invierno podían alcanzar los trescientos. El aire denso estabaintoxicado con partículas afiladas de sílice, cristal y metal procedentes de las factorías y las plantas de reciclaje que estaban en constante funcionamiento. Los habitantes de Sejmet debían llevar trajes de materiales muy resistentes, y taparse la cara con protecciones para salir de casa e ir al trabajo, el único recorrido que hacían.

Lorena siempre había vivido allí, así que para ella esta era la vida normal, pero no por ello era buena. Ella era una obrera clase C, cualificada pero controlada; el único motivo por el que llevaron a su madre a parir a esa luna fue para que su hija trabajase. Tenía derecho a una consola de vídeo, donde veía la programación autorizada y consultaba la información a la que tenían acceso los de su clase; este aparato proveía a los C de entretenimiento y de aspiraciones propias de los obreros B, no vigilados, que vivían en los planetas.

Lorena trabajaba en los aerogeneradores, ensamblando y reparando motores. Todas las fábricas y plantas de tratamiento de Sejmet estaban vigiladas en busca de cualquier actividad sospechosa. Los vigilantes eran androides toscos, y su parte orgánica era grotesca, montada con restos de cadáveres embalsamados o tejido artificial. Unos, los “H”, tenían cabeza, otros (los “N”) sólo un tronco y extremidades; las cabezas de los más “humanos” eran mucho más terribles que su mera ausencia. El cráneo artificial no estaba revestido de tejido orgánico de manera uniforme, sino que se distribuía en “parches” sobre las zonas donde los técnicos no tenían que acceder habitualmente; pero lo peor eran los ojos: no eran inertes, como los de cristal, sino que tenían una textura gelatinosa, y transmitían una expresión confusa y repulsiva.

Lorena tenía un gran sueño, que había empezado como empiezan muchos: por la publicidad. Había en Atum una colonia no industrial, llamada Shu, cuyos habitantes vivían de lo que recolectaban y de reutilizar los residuos de las grandes colonias. Según los anuncios de su consola, era un lugar tranquilo, donde se respiraba un aire saludable, y no había delincuencia. Era demasiado bueno para ser real, pero lo que le había tocado era demasiado malo para ser vivido. Ella había hecho planes, pero no era tan sencillo como largarse y vivir del cuento. Como trabajadora de la factoría estaban censada y controlada, y tenía un chip de localización alojado dentro de la corteza cerebral, de modo que si se lo quitaba perdería el habla. Esto fue algo premeditado por el Ministerio de Trabajo, para evitar conspiraciones; si algún obrero desertaba, no podría comunicarse ni con los que aún seguían trabajando, ni con los que hubieran escapado. Aún así, Lorena quería intentarlo, no tenía nada que perder.

Lorena estaba pelando boniatos para la cena, su alimentación habitual, además de carne en lata, de forma ocasional. Llamaron a la puerta.

¿Quién es? —preguntó, blandiendo un fleje de acero que tenía detrás de la puerta, más por costumbre que por temor real, ya que la estrecha vigilancia a la que eran sometidos no permitía demasiada delincuencia.

Suelta eso y déjame entrar —respondió una voz femenina y condescendiente.

Andrea, la piloto amiga de Lorena, era más alta que ella, y podía verla por el tragaluz

Pasa —respondió Lorena, mientras abría.

Andrea observó la estancia, que empezaba a llenarse de la luz violeta azulada, que venía de la estrella Nun cuando empezaba a ponerse. Había cosas por todas partes, pero el conjunto estaba muy ordenado. Lorena permanecía en el centro, expectante.

Traigo novedades, no sé si querrás saberlas todas —dijo Andrea, dejándose caer en el sillón.

Malas noticias, supongo —se lamentó Lorena. Luego se apoyó en la raquítica repisa de la cocina, frente a la mujer, que era mayor que ella.

Andrea asintió con un gesto de fastidio en los labios y continuó.

En primer lugar, no voy a poder hacer nada en un par de días. No dispongo de una nave de carga ahora mismo, solo me permiten patrullar con el caza hasta que termine esta tanda de turnos, y no cabes ahí, por delgada que estés. —Le guiñó un ojo—. Siento no poder hacer nada antes.

No pasa nada, ya supuse que era demasiado pronto.

Sí que pasa, no te sobra tiempo. Tenemos que organizarlo antes de que llegue el otoño. Y tienes que resolver lo otro.

Conozco a un médico que puede hacerlo. Me pide cinco mil créditos, pero parece que no duele y que sólo me va a tocar una de las áreas de control del habla.

Lorena esbozó una sonrisa triste y guardó silencio. Dentro de la casa prefabricada solo se oía el viento.

Oye, ya eres mayorcita, y no te voy a decir lo que tienes que hacer —retomó Andrea—. Pero esto es una mala idea, malísima. Si te digo la verdad, en todas las veces que he estado en Atum no he visto ese sitio del que hablan los anuncios de tu consola.

No puedo seguir así —repuso Lorena, sin mirarla, casi hablando más para sí misma—. En la planta no me dan un día de descanso, y aquí todo va a peor. Muchas veces me quedo sin agua corriente, y tengo miedo del invierno, ya sabes cómo murió mi novio.

Lo sé. Pero tiene que haber otra manera. Tenemos que encontrarla.

No, ya estás haciendo bastante, estás arriesgando tu trabajo para ayudarme.

Tampoco es para tanto —dijo Andrea, apartando su flequillo pajizo—. Ya te he dicho que a los militares no se nos controla tanto. Unos viajes de más en mi hoja no cuentan, mientras me pague yo el combustible.

Ya.

Las dos guardaron silencio durante unos minutos.

¿Entonces vamos a hacerlo? —inquirió Lorena.

No tengo más remedio, ¿no es así? —respondió Andrea, tratando de sonreír.

Gracias. Esto significa mucho para mí.

Me voy ya, mañana me espera un día largo. Ya hablaremos, espero traer alguna buena noticia.

Ojalá —dijo Lorena, y la abrazó—. Cuídate.

Tú también.

Pasaron los días rápidamente. El turno de Lorena en la fábrica era particularmente agotador en verano: la carga de trabajo era el doble que en invierno, precisamente para producir más palas y motores, y así explotar más esa forma de energía los meses de más viento. Debido a esto, el esfuerzo físico se volvía un desafío y los cuerpos de los trabajadores producían un calor insoportable en la nave cerrada.

Lorena estaba muy concentrada en su labor, intentando no pensar demasiado. Sin embargo, había algo extraño en el ambiente. Sus compañeros tenían una actitud normal, pero Lorena se sentía observada. Trató de ignorarlo, porque no era posible que sospechasen de ella. No le había contado a nadie sus planes, y sin embargo no podía quitarse esa sensación de encima. Se le erizaba el vello por momentos. Se dio cuenta de que estaba empapada en sudor frío. Levantó la vista de manera discreta para mirar a la cara a Bruno, su compañero de la cadena de montaje, y éste le devolvió un gesto neutro, sin emoción alguna. Volvió a bajarla, y entonces se le ocurrió que no era él quien que la estaba observando. Miró al frente, hacia la puerta de salida de esa sección, y entonces lo vio. Era un androide de tipo H, con cabeza ensamblada sobre un cuello flexible, y tenía sus ojos fijos en ella. Lorena parpadeó porque no podía creérselo, y volvió a bajar la cabeza. Continuó su labor durante unos minutos, y levantó la cabeza de nuevo. La criatura seguía ahí, observándola, e inclinó su cara sin boca hacia un lado, como si quisiese escudriñar en los pensamientos de la chica. Lorena aguantó la respiración, aterrada. Aquello no podía estar pasando.

Pulsó el botón para abandonar el puesto, y el cronómetro empezó a descontar el tiempo de pausa permitido, diez minutos. Dejó sus herramientas en su puesto y avisó a su compañero. Se dirigió a los lavabos, y al salir miró directamente al androide, que en ese momento tenía los ojos fijos en el frente; éstos no brillaban ya, estaban durmientes. Pero quiso comprobar que lo de antes no había sido una alucinación, y miró hacia arriba, a las galerías de la planta superior, donde había más vigilantes. Dos de ellos bajaron la cabeza hacia ella, y la luz de sus ojos parpadeó. «Lo saben», pensó Lorena. «De algún modo lo saben. El chip que tengo en la cabeza no sólo es para localizarme, sino que les está transmitiendo lo que pienso.». Tenía dos opciones, huir en ese mismo momento y no mirar atrás, o volver a su puesto y tratar de actuar con la cabeza fría. Se inclinó por la segunda opción.

¿Estás segura de los que viste? Tal vez solo fueron imaginaciones tuyas.

Andrea estaba tratando de tranquilizarla, que no paraba de repetir la secuencia de acontecimientos. Había ido a casa de la teniente en lugar de la suya, porque estaba más cerca de la factoría, y sobre todo porque no quería estar sola. En su frenética huida al salir de trabajar, se había quitado el casco demasiado pronto, y se había hecho cortes en la cara con esquirlas de metal. Andrea la había curado, y le había dado una buena cena, como las que se podían permitir los oficiales. Aún así, Lorena estaba tan asustada y encogida que parecía más pequeña de lo que era. Su largo cabello castaño estaba apelmazado, y le daba un aspecto frágil, le recordaba lo joven que era. Andrea sirvió dos copas de alcohol, que había robado de una nave enemiga, para relajarla.

Me estaban mirando, y nunca antes lo habían hecho —respondió Lorena—. No puede ser una coincidencia. Aunque lo llevaba pensando mucho tiempo, fue el otro día cuando pusimos una fecha definitiva.

Estás paranoica —dijo Andrea, dando un trago—. Es comprensible, estás sometida a mucho estrés, pensando en la huida, el viaje, la cirugía…

¡Calla! —replicó Lorena, fuera de sí— Sé perfectamente lo que vi, sospechan algo. Fue algo totalmente nuevo, nunca los había visto así. No estaban solo pendientes de mis actos, también lo estaban de mis pensamientos.

Oye, tú a mí no me mandas callar, punto —contestó Andrea, incorporándose en el sillón para enfrentarse a ella—. Segundo, eso que acabas de decir es simplemente imposible. No hay forma de que sepan lo que piensas, son poco más que cafeteras andantes. Sólo detectan figuras y movimientos. Así que no, te aseguro que no sabe lo que piensas. Estás nerviosa porque lo que quieres hacer es una locura. Te estás descentrando, y la vas a fastidiar, sería mejor que no lo hicieras.

¿Sabes qué te digo? Que en realidad eres una cobarde —contestó Lorena, envalentonada por el alcohol y cegada por el miedo—. Mucho hablar de tus batallas y tus hazañas de guerra, pero por no enfrentarte a tus superiores y reclamar un ascenso, estás condenada a vivir en este agujero, envejeciendo tan deprisa como yo. Al menos yo tengo coraje y voy a salir de aquí, contigo o sin ti.

Te echaría a patadas de mi casa, si no fuese porque sé que ahí fuera no durarás ni diez segundos. No estás preparada para estar sola, ni aquí ni en otro sitio, entérate. —Andrea se tomó unos segundos para pensar lo que iba a revelarle—. Si estoy encerrada aquí es porque me han sancionado a vivir aquí durante diez años, por traer a madres como la tuya a parir aquí en vez de llevarlas donde me mandaban, la luna de Mut, que es un agujero mucho peor. —Andrea vio la expresión confusa de Lorena—. Sí, lo que oyes, estoy sancionada por salvar tu culo y el de muchos otros durante décadas, tú fuiste de los primeros. Ahora has crecido y crees que lo sabes todo. Pues te deseo mucha suerte, pero no cuentes conmigo para destrozar tu vida. Buenas noches.

Lorena no durmió esa noche. El apartamento de Andrea era mucho más confortable que el suyo, pero los nervios por su situación y la discusión la habían dejado tensa y descorazonada. Había tomado la decisión de irse sola al amanecer.

De modo que cuando el brillo de Nun apareció por la ventana y le dio suficiente luz para moverse por las estrechas y tortuosas calles de Sejmet, Lorena cogió su casco y se dispuso a salir de la casa, para ir a que le extrajesen el chip. No estaba segura de querer pedir ayuda de nuevo a Andrea. Tomó un vaso de leche en polvo con agua filtrada, un lujo restringido a los militares de ese sistema planetario, y cuando lo dejó en la repisa junto a la ventana, tapada con una malla metálica para proteger el metacrilato del impacto de las esquirlas, vio posada en ella una nota manuscrita: “Si vas a irte, ten en cuenta que tal vez te hayan seguido los androides malos hasta mi casa. Así que por si acaso, sal en dirección a los barracones del Sur, y ataja por el callejón para llegar al médico. Sé quién es. Coge la pistola que he escondido debajo del fregadero, no la necesito. Supongo que sabes usarla. Quítale el seguro. Adiós.”

Andrea la había creído. Al menos le daba instrucciones por si lo que ella le había dicho fuese cierto. No pensó en ello después del trabajo, no pensó en ello por el camino, cuando solo deseaba llegar a casa de su amiga para estar a salvo. Ahora iba a salir de allí para no depender de ella y no sabía lo que podía pasar. Pero sí sabía que ella estaba tan enfadada que tal vez no querría protegerla más.

Buscó bajo el fregadero y cogió el arma; se parecía vagamente a la que le había enseñado a usar su tutor, un hombre muy triste pero que había sido muy bueno con ella cuando la acogió mientras iba a la escuela, tras su estancia con la nodriza. Se tomó unos minutos para familiarizarse con ella, comprobó que estaba cargada, puso una bala de acero en la recámara y se la guardó en los pantalones de rafia. Se puso el casco, respiró dentro de él varias veces para acostumbrarse al aire viciado y el escaso oxígeno, y salió.

El camino que le había aconsejado Andrea era más largo que el que bajaba por la avenida principal y se adentraba en la zona de negocios, pero Lorena confiaba en ella y en que el aire que tenía dentro del casco sería suficiente. Caminó lo más deprisa que pudo sin tener que respirar demasiado, mirando alrededor por si veía más androides. No vio ninguno en su trayecto. Dentro de ella empezaba a gestarse una inquietud: ellos eran más inteligentes que ella, más rápidos, más astutos. Ella se había dado cuenta de que la vigilaban porque ellos habían querido, porque la estaban amenazando para que no se fuese, así que lo que le pasaría después era mucho peor.

Avanzó por las callejuelas y fue acercándose poco a poco a la consulta. El sol blanco salía con rapidez, pero su luz se iba velando con las partículas del aire, que rayaban su casco cuando impactaban. Fue acelerando el paso según se acercaba a la consulta, y reparó en que aún no había nadie por las calles. Nunca había salido tan temprano de casa. Esperaba que fuese por eso.

Cuando llegó al edificio le sorprendió la normalidad con la que todo transcurría allí. No era una consulta ilegal, pero su compañero le había comentado que era mejor no decirle a nadie que iba allí, ni pasarse antes para pedir cita. Se sentó en una silla de plástico, frente a una señora demasiado mayor para vivir en aquella luna, probablemente había venido de Atum para algún tratamiento especial. Definitivamente no vivía en Sejmet, porque su cutis era terso y bronceado, y no había rastro de cicatrices como en el suyo. Su ropa era nueva y cara; ella nunca había tenido un mono de protección tan resistente, tenía que remendar su ropa constantemente. Odiaba a esa mujer, y a la vez le daba esperanzas. Una enfermera (atendiendo a su ajado rostro sí vivía en Sejmet, y estaba cerca de los veinte años) se le acercó y le pidió su nombre y la consulta que venía a hacer. Ella se lo dijo en voz baja. La enfermera la miró extrañada, y luego sonrió de manera amable y le puso una mano en el hombro.

Tranquila, vengo a por ti en un rato —respondió la enfermera—. No te arrepentirás.

Lorena empezó a darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer, y de que no podría comunicarse con nadie más una vez le hubiesen quitado el chip. En realidad no podría salir de la luna, nunca. Sin embargo, sería libre. Libre para vagar y esconderse, libre para morir de hambre. Libre para estar sola. Tras treinta minutos de tensa espera, alguien le estrechó la rodilla. Lorena dio un respingo.

¿Qué… ? ¿Qué haces aquí? —preguntó.

No iba a dejar que te metieses aquí y gastases tus ahorros para que un loco te trepanase esa cabecita hueca que tienes —dijo Andrea, revolviéndole el pelo.

Tengo que hacerlo, no hay vuelta atrás —contestó Lorena, triste—. Pero me alegro de que estés aquí. Tengo miedo.

Yo también lo tengo, así que vamos a irnos, ¿te parece?

No, no podemos. Yo ya he faltado tres horas al trabajo, me estarán buscando. Ahora no tengo más remedio que extirparme eso.

Dime una cosa, pequeña —preguntó Andrea, sombría de pronto—. ¿Qué te han contado de esa operación?

Mi compañero me dijo que era segura, que solo tendría que preocuparme del habla. Que me perforarían en un punto concreto de la cabeza con anestesia local, y que me retirarían el chip, y ya estaría.

Andrea se puso muy seria y la miró fijamente.

He estado investigando. Hay cuatro zonas de control del habla, separadas entre sí. No pueden quitarte el chip y la capacidad de hablar sin quitarte nada más. —Andrea hablaba despacio, poniendo énfasis en las palabras clave para que Lorena prestase atención—. Lo que te van a hacer es una lobotomía, es un procedimiento que ya se usaba hace miles de años. Te van a hacer mucho daño. —La voz de Andrea se fue apagando según se le llenaban los ojos de lágrimas—. No quiero que te hagan eso, vas a quedarte incapacitada y no importa a dónde te lleve, porque no lo vas a disfrutar, ¿entiendes? El gobierno no puede permitir que nadie se marche, sin importar que puedan hablar o no. Saben de sobra lo que se hace en esta clínica, y no les importa, porque luego la gente no vale para hacer nada. Se los llevan a otras lunas y los dejan morir.

Lorena estaba temblando, y sin darse cuenta había tomado la mano de Andrea en la suya.

¿Cómo lo has averiguado? —preguntó Lorena.

No eres la única que no ha dormido esta noche —respondió Andrea—, llevo desde que me acosté investigando en canales secretos de mi consola del ejército, y he contactado con amigos que me debían favores. Y hay otra cosa: conozco a mucha gente en Atum, gente con un pasado oscuro, rebeldes, renegados… incluso algunos que habían huido de las lunas, y ninguno era como los que habías visto en el anuncio. Por eso no quería que lo hicieras, porque sabía que te habían mentido. Pero no sabía lo que sé ahora.

Lorena suspiró y estiró las piernas, para desentumecerse.

¿Y tienes otro plan? —preguntó.

No —respondió Andrea, mirando por la ventana que tenía a su espalda—. Pero ahí fuera hay tres muertos eléctricos de esos que te gustan, y nos están esperando, y quiero meterles una paliza.

Una sonrisa un tanto desquiciada asomó a la cara de Andrea.

¿Y ya está? ¿Salimos y nos lanzamos en una misión suicida?

¿Tienes otra opción? —preguntó la teniente, encogiendo los hombros—. Porque a mí ya me estarán buscando por saltarme mis turnos de hoy, por cargarme otros dos androides por el camino, y por acceder a montones de sitios con información privilegiada. Así que vamos a repartir leña. —Se levantó y le dijo—. Apunta a la cabeza de los H y al pecho de los N.

Lorena se miró las manos, curtidas y llenas de cicatrices, y vio que en ellas no había nada. Nada que perder. Se levantó y observó la sala de espera, casi vacía en ese momento. La señora del cutis impoluto ya se había marchado. Andrea se apostó a un lado de la puerta de salida y le indicó en un susurro a Lorena dónde colocarse para estar a salvo cuando ella abriese la puerta. Ambas se pusieron los cascos y respiraron hondo. Andrea giró el pomo con la mano izquierda, mientras apuntaba hacia el frente con su pistola en la derecha, y abrió la puerta de golpe. Casi antes de ver al androide de tipo N, dirigir su puño de acero hacia ella, ya había disparado dos veces. El engendro cayó de espaldas y ella miró en derredor para asegurarse de dónde estaban los otros. Antes de exponerse a ellos, le señaló a su amiga a cuál debía de apuntar, otro clase N. Ella se volvió hacia el H y apretó el gatillo tres veces, dándole en la cara. La criatura disparó al mismo tiempo y acertó en la cintura de Andrea, que gritó y se dobló por la mitad. Lorena vació el cargador en el enorme tronco del N y éste cayo al suelo. Corrió hacia Andrea y la abrazó, pasando su brazo por encima de ella para ayudarla a caminar.

¿Sabes conducir uno de estos? —preguntó Andrea al llegar a su robusto vehículo militar, aparcado frente a la consulta—. No me encuentro muy bien.

La piloto estaba cada vez más pálida, y la sangre de su costado izquierdo empezaba a salir del traje y a formar una mancha en la tapicería.

Sí, algunas veces tengo que llevar a mi jefe a otras plantas de montaje.

Abrió un botiquín de la guantera, sacó un apósito y lo apretó contra la herida de su compañera.

Vale, pues sal por aquí y ve recto hasta la baliza del final del sector. Vas a aprender a saltarte controles de seguridad.

¿También vas a enseñarme a pilotar una nave de carga? —preguntó Lorena, cuando ya estaba circulando con el vehículo.

Cariño, si conseguimos llegar al hangar ya nos preocuparemos de eso.

Oyeron dos disparos que impactaron contra el vehículo, uno sonó en la puerta trasera, otro rajó la capa exterior de refuerzo de la rueda trasera derecha. Lorena aceleró, sin pensar si eso forzaría demasiado el neumático, ya afectado. Andrea tampoco le mandó ir más despacio. Según se acercaban a la baliza, vieron un androide similar la los de tipo H, pero más grande, y la luz de sus ojos parpadeaba con destellos azules muy intensos. Casi las cegó. El androide se puso justo frente al vehículo militar y disparó cuatro veces, abollando la malla metálica del parabrisas. Disparó de nuevo, haciendo blanco en la rueda delantera derecha.

Acelera, por lo que más quieras —suplicó Andrea, retorciéndose de dolor y preparándose para el impacto.

Lorena atropelló al androide, que por un momento quedó atrapado bajo las ruedas. Oyeron su cuerpo botar entre el coche y el suelo. El vehículo dio un gran salto y cayó de nuevo en la carretera, apoyando primero las ruedas de delante. Andrea aguantaba como podía mientras le indicaba a Lorena la ruta más segura. La joven siguió sus instrucciones y se saltó otro control, tras el cual la rueda trasera izquierda estalló con un gran estruendo. Andrea ya no hablaba, el trayecto estaba siendo un suplicio para ella. Lorena esquivó los coches de seguridad gubernamental que las seguían usando una vía de escape que acababa de decirle amiga. Llegó al hangar sin que nadie las siguiera, salió del vehículo y se atrevió a abrir la puerta del copiloto. Andrea estaba despierta de nuevo, y su herida ya no sangraba tanto. La cogió de la mano y Lorena la ayudó a salir. Ambas subieron en un ascensor que las llevaría a la plataforma de despegue. La piloto se sentó con esfuerzo en su asiento y descargó el programa de vuelo que había introducido el día anterior.

Vale, ahora escúchame. Solo me necesitas para despegar y controlar el rumbo en torno a unos asteroides durante el camino, pero nada más. —Andrea tragó saliva y cerró los ojos un instante para concentrarse mientras le enseñaba algunos controles—. Luego el piloto automático nos llevará hasta allí y vas a amerizar, este es el control de los patines. Así desciendes y así te detienes —le explicó, gesticulando con los mandos—. ¿Entiendes lo que te digo?

No —respondió Lorena, en parte porque no comprendía y en parte porque se negaba a perderla.

Quiero decir que si no haces lo que te mando vamos a estrellarnos. Intenta dirigirte al mar. ¿Sabes cómo es?

Lorena recordó los vídeos de su consola.

Es verde.

¿Sabes por qué es verde? —susurró Andrea, exhausta.

No.

Pronto lo verás.

Andrea tomó los mandos de la nave de carga y la dirigió a la pista de despegue. Aceleró y la elevó bruscamente, ya no era capaz de hacer nada con sutileza. Lorena observaba, callada. Nunca había estado a esa altura. La metralla que volaba en el aire producía un ruido ensordecedor, pero poco a poco fueron ganando altura y las partículas dejaron de chocar contra la estructura, puesto que estaban saliendo de la infernal atmósfera de Sejmet. Lorena tenía el estómago encogido como un puño. Empezaba a ver estrellas fulgurantes por todos lados, y Atum apareció ante ella, con sus atmósfera verde y marrón. Notó que las lágrimas le llegaban a las mejillas.

Recuerda lo que te he explicado. Si no lo haces bien, caerás al agua y tendrás que romper el cristal —dijo Andrea, luchando por respirar, pero sin soltar los mandos—. Si lo haces, aguanta la respiración al salir bajo el agua.

Vale —respondió Lorena, sollozando—. Gracias.

De nada.

Transcurrió una hora durante la cual las dos permanecieron calladas. Andrea corregía el rumbo de vez en cuando. Lorena veía por primera vez las estrellas, los planetas, y cuerpos celestes cuyo nombre no conocía. Nunca había sido tan feliz, y evitaba mirar a Andrea, para no recordar que su mejor amiga se estaba apagando rápidamente. De pronto notó una sacudida, y se volvió hacia la piloto, que estaba maniobrando para comenzar la entrada. Observó la magnífica vista de Atum mientras entraban en su órbita. Los movimientos de la piloto eran lentos pero seguros.

Gracias —repitió Lorena.

Andrea asintió por toda respuesta.

La entrada a la atmósfera de Atum fue brutal. Primero sintió una fuerza tremenda que succionaba la nave hacia dentro, y se agarró a todo lo que tenía a su alcance. Luego vinieron más sacudidas fuertes, que le hicieron golpearse contra los mandos, y después, el descenso. Andrea no se movía. Lorena apretó el botón de despliegue de los patines y oyó un estruendo en los bajos de la nave. Se inclinó hacia el lado de su amiga, ya inerte, y tomó sus mandos para dirigir la nave. Bajo ellas, todo era verde. Dejó que la nave recorriese varios kilómetros de mar, salpicado de islas hermosísimas, y titubeó al intentar bajar el mando para amerizar. La nave chocó con el agua y rebotó, y finalmente se posó. Al tocar la superficie y levantar olas a los lados, los patines hicieron un ruido maravilloso.

Maniobró hasta acercarse a la orilla y se detuvo. Se giró y vio a Andrea, muerta; tenía una expresión serena. Lorena le dio un beso en la mejilla, a modo de despedida. Buscó las gafas de sol de la piloto y se las puso, porque la claridad empezaba a cegarla. Salió de la nave, cayó al agua, y chapoteó torpemente hasta tocar tierra. Allí, empapada y agotada, se tumbó en la arena gris. Respiró con fuerza el aire puro hasta que empezó a marearse, sintió el calor sofocante, y vio que el mar era verde porque reflejaba el color del cielo.

Gracias —repitió de nuevo, y se quedó dormida.

Premio Ripley de ciencia ficción

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Portaldelescritor y Triskel Ediciones convocan el premio Ripley para escritoras. Las participantes deberán enviar un relato corto (mínimo 2500 palabras, máximo 5000) enmarcado dentro de los géneros de ciencia ficción o terror, y ambientado en una de las cuatro estaciones del año. El primer premio consiste en 300 euros y la publicación del relato. Los finalistas también serán publicados.

Bases completas:

Yo creo que me voy a animar a participar.

¿Y vosotras?

 

Reseña: «Frankenstein o el moderno Prometeo»

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Esta reseña es especial por muchos motivos: se trata de mi libro favorito, es uno de los clásicos del terror decimonónico, y la obra considerada pionera de la ciencia ficción.

Mary Shelley comenzó a escribirla a los diecisiete años.

Frankenstein o El moderno Prometeo es una novela extraordinaria por estos y otros motivos, y de lectura muy llevadera, engancha.

La historia es ya universal: Victor Frankenstein es un muchacho de alta cuna  que viaja al extranjero para estudiar ciencias, y que, tras la repentina muerte de su madre, se obsesiona con la idea de devolver la vida a los muertos. Cuando consigue reanimar a una criatura producto de la combinación de varios cadáveres, descubre que el monstruo (al que no llega a dar nombre) posee una fealdad tan repulsiva que huye y lo abandona. Sin embargo, éste lo sigue hasta dar con él y enfrentarse a su creador.

He aquí el primer detalle que os va a sorprender si solo conocéis la historia por las películas clásicas: la criatura es muy inteligente, y parte de la novela está narrada desde su punto de vista. Esto da un giro dramático a la historia, porque el monstruo es consciente de su propia fealdad, de su condición de criatura aberrante, y maldice a Victor: nunca le perdonará haberle dado vida, y convertirá su existencia en un infierno. Lo segundo que puede que más os impacte es la gran sensibilidad de esta novela; tanto Victor como su criatura expresan sus emociones, y las de la criatura son desgarradoras, ha intentado hacer amigos y éstos han huido o han intentado agredirle, presa del terror. Por su parte, Victor expresa en todo momento un amor profundo a su familia, a su prometida y a sus amigos; esto da un tono aún más oscuro a la novela, porque Victor vive en tensión continua, preocupado tanto por su propia seguridad como por la de sus allegados. La criatura lo chantajea, amenazándole con hacer daño a quien más ama si no accede a darle una compañera, que ha de surgir igual que él a partir de materia corrompida, para que pueda amarlo.

De hecho, es también un drama de pasiones primarias: la codicia de gloria y fama de Victor, su miedo al monstruo, y por parte de éste, el sentimiento de rechazo, la ira y la sed de venganza.

El aspecto que más lo acerca a la ciencia ficción, además del hecho de que el protagonista consigue crear un monstruo a partir de cuerpos sin vida, es la introducción al mundo universitario desde la perspectiva de Victor, y su dilema personal entre ser fiel a las enseñanzas de filósofos de siglos anteriores, como Alberto Magno, y descubrir las teorías de los científicos modernos, que son los que sus profesores aceptan como las únicas válidas. Quizá estos elementos no sean aterradores, pero ayudan a introducir al lector en los conflictos personales de Victor, y a conocerlo como el científico tan apasionado que es.

Por último, también quiero destacar la gran cantidad de puntos de vista de la obra: comienza con el relato epistolar de un marinero que encuentra a Victor en el Polo Norte, y luego se alternan varios narradores, incluidos como ya he dicho la criatura y el propio Victor.

Os la recomiendo de corazón, y os aconsejo que le echéis un vistazo a la edición ilustrada por Bernie Wrightson, a la que pertenece la imagen de cabecera de este post.

 

Diario de una huida (relato por entregas)

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29 de septiembre:

Hola.

Estaba buscando algo para caldear la cama cuando duermo sola, y he encontrado unos periódicos viejos que Tom guardaba en el altillo. Es estupendo, porque además de calentarme los pies y entretenerme leyendo cuando no puedo dormir, puedo escribir en uno que tiene muchas páginas en blanco, supongo que por un error de impresión. De modo que este va a ser mi diario. Además, hoy me hace ilusión empezarlo porque me han pasado muchas cosas.

Benjamin me ha regalado un libro. Es pequeño, con las tapas azules, un azul parecido a los arándanos, y es precioso. Las tapas son rugosas, y me gusta tocarlo. Tiene cuentos de autores norteamericanos y alguno inglés. He leído uno de los cuentos hoy, del tirón, en mi tiempo de descanso, que cada vez es más breve. No es culpa de Tom, él nos trata bien, pero me cuesta concentrarme en leer, o al menos evadirme de mi rutina, y cuanto menos tiempo libre tengo, peor. Benjamin cada vez viene menos, no sé si Tom lo ha amenazado. Tom no sabe que sé leer. Espero que no me descubra, no le gustan los secretos.

El cuento que he leído trataba de unos hombres de la alta sociedad que formaban parte de un club, y en sus reuniones trataban de contactar con el más allá. Sin embargo, una de sus reuniones acababa mal, porque accidentalmente contactaban con un brujo y éste se enfadaba y los mataba a todos. Creo que todas las historias de este libro son así, fantásticas. Es raro pero me gusta. Como Benjamin.

Voy a intentar describir a Benjamin. Es más alto que yo, y eso no es tan frecuente, soy bastante alta para ser una mujer, y además pobre. Mi madre me dijo que parecía que había tomado algo prestado de mis hermanitos, porque yo era la única de los ocho que había llegado a la pubertad, y siempre tuve buena salud. El caso es que Benjamin no es delgado, es más bien fuerte, aunque tiene algo de barriga, lo justo. Me gustan las barrigas si no son exageradas. Lo que más me gusta de él son sus ojos, de color azul oscuro, nunca los había visto así. Toda mi familia los tiene azul claro, como yo (mis padres son primos), y el resto de la gente que conozco los tiene marrones o azules, ni tan claros como los míos ni tan oscuros como los suyos. Salvo Karen, Karen los tiene de color ámbar, son alucinantes. Creo que por eso la quieren tanto los hombres. Por eso y por enormes tetas, también.

Además del libro, que me ha hecho mucha ilusión, hoy hemos comprado por fin la tela para los nuevos vestidos. Es de color vino tinto, ligera, brilla un poco y es tan suave que se escurre entre los dedos. Sally dice que es satén, pero no lo creo, aunque me da igual. Llevábamos mucho tiempo ahorrando y la señora Callaghan nos a hecho una rebaja, porque le somos muy fieles. Putas fieles, tiene gracia.

Tengo sueño, lo voy a dejar. A esta vela no le queda mucho.

Ah, me llamo Deirdre.

 

2 de octubre:

Empieza a hacer frío en Boston. No lo entiendo, el año pasado por estas fechas aún podía lucir mis mejores escotes sin miedo a ponerme roja o azul cuanto aprieta el frío de madrugada. Echo de menos Irlanda, el frío era más húmedo pero yo lo llevaba mejor. También yo era más joven y no tenía que hacer la calle. Aunque a decir verdad hace tanto tiempo de eso, y yo era tan joven, que no trabajaba en nada por mi cuenta, solo ayudaba a mis padres. Tal vez si viviese allí haría lo mismo. No sé, no me importa tanto hacer la calle como tener a Tom encima.

El libro que me regaló Benjamin tiene algunas notas, supongo que él lo leyó antes. No me importa, así le siento más cerca cuando no está. No entiendo lo que dicen. Se parecen a algunas cosas de las que hablan los cuentos, aunque tengo que leerlos enteros para intentar relacionarlo.

He guardado el libro bajo la almohada, pero tendré que encontrar un sitio mejor, ahí es donde primero mirará Tom.

Hoy ha vuelto a pegarme. No se lo voy a decir a Benjamin pero él lo acabará sabiendo, es muy listo. Dice que yo también soy lista, que si no ya habría aparecido en el río, flotando boca abajo.

Hoy he ido a ver a la señora Callaghan para ver si necesitaba algo (después de hacernos esa rebaja, quiero ofrecerle mi ayuda porque es muy mayor y se cansa fácilmente), y ella me ha comentado que es el día de los ángeles custodios, patrones de los policías, como era su marido. Eso quiere decir que mañana es mi cumpleaños. Cumpliré veintidós.

 

12 de octubre

Tom insiste en que me tiña el pelo, y yo no quiero. Sally me ha dado la razón. Tom dice que tengo que teñírmelo de rojo o de rubio, porque mi color natural no es ni una cosa ni otra, y así no me puede anunciar entre los hombres importantes. No me parece justo. Mi pelo es del color de la miel, del color de los caramelos, del color de unas piedras que había en un collar que le regalaron a Karen una vez, no recuerdo cómo se llamaban. Además, mi pelo está bien, es abundante y brilla, y si me lo tiño se estropeará. Benjamin dice que no me lo tiña, porque mi pelo parece un metal precioso, entre el cobre y el oro. Es un zalamero. Tom es idiota.

Hoy he leído parte de un cuento, solo parte porque Tom ha aparecido de repente y he tenido que esconderlo. Menos mal que se fue pronto, porque lo había dejado muy cerca del brasero y se iba a chamuscar. El cuento iba de un hombre que quería volar, pero en lugar de inventar una máquina con alas, o algo parecido a un coche volador, que sería más lógico, hacía algo más parecido a un barco, pero que volaba. Hay que echarle imaginación para entenderlo, pero me gustó. A ver si mañana lo termino.

Tom dice que no va a dejar volver a Benjamin, que si lo quiero ver tendrá que ser en la calle, y que nos andemos con cuidado si no queremos que no nos deje subir hombres aquí (normalmente solo hacemos la calle si hay pocos clientes en la casa), que solo nos dejará dormir, y a lo mejor ni eso. No sé qué le pasa. Creo que tiene deudas y está nervioso.

Sally tiene mucha tos, y suena mal.

He encontrado una nota dentro del libro que me ha preocupado. Habla de armas, pero no exactamente armas de fuego, sino algo distinto, sin balas. Supongo que Benjamin quería escribir una historia.

Tengo hambre. Pero me hace falta menos tela para hacer el vestido de lo que creía. Iré a ver si me fían algo en la panadería.

Vértigo (relato completo)

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Bruno llegó a casa a las seis y cuatro minutos de la tarde, cerró de un portazo y dejó caer las llaves en la repisa de la entrada. Se sentó en su silla de la mesa de la cocina, respiró hondo, entrelazó las manos sobre la mesa y no tuvo más remedio que admitir la cruda realidad.

-Acabo de ver a Eva.

Lo pronunció claramente, en voz alta, pero no había nadie que le respondiera.

Era ella. Entró en la cafetería cuando Bruno ya se había despedido de su amigo y se levantaba para irse. La vio claramente, de forma nítida, y sabía que no era una alucinación; hablaba y se movía con normalidad, le pidió al camarero de la barra un café solo y una tostada y se sentó en un taburete.

Era ella. Llevaba su pelo castaño teñido de negro, un abrigo viejo que él no había visto antes; su aspecto no era el que él recordaba, así que esa imagen no provenía de ningún rincón de su memoria. Ella parecía enferma, más delgada, pero la reconoció porque tenía su misma manera de moverse, por sus orejas pequeñas y redondas. El hoyuelo en su mejilla cuando sonreía, la forma de abrir una revista y doblarla hacia atrás para leerla.

Era ella. Y lo miró a los ojos.

-Me miró a los ojos.

No era la primera vez que sucedía, hacía una semana ya la había visto por el vecindario; también con el pelo negro, también pálida.

Pero su novia llevaba muerta seis meses.

Se levantó, preparó una tila y comenzó a barajar las opciones:

“Es un fantasma”. La más plausible, sin lugar a dudas. Pero a) los fantasmas no existen, b) su aspecto no coincidía con el que tenía cuando murió, y c) no tenía sentido.

“Es una chica idéntica, que por casualidad frecuenta los mismos sitios que yo.” Lo descartó de inmediato; las coincidencias existen pero en este caso eran demasiadas, y además había algo en la mirada de la chica que lo dejó helado: ella lo conocía.

Otra opción era que su novia no hubiese muerto en verdad, que hubiese desaparecido y amañado su muerte para huir de problemas o acreedores; pero él mismo reconoció su cadáver en el depósito después de que la encontrase un vagabundo. Fue degollada en un callejón, por oponer resistencia cuando le robaron las alianzas de boda que acababa de comprar; el agresor la siguió al salir de la joyería. Su prometido estaba a sólo unas manzanas, esperándola para ir a probar el menú el banquete.

Ella murió desangrada. El cadáver era el suyo, su cara, su cuello; las pertenencias eran suyas, su documentación, su ropa. Su olor, reconoció su olor por encima del hedor de la sangre y la muerte.

Bruno había visto a su novia y necesita saber qué había ocurrido, pero no tenía forma de localizarla o asegurar un nuevo encuentro.

Tras una hora pensando miró su tazón, y la tila seguía intacta. Se sirvió una copa de whisky, encendió la televisión y empezó a beber. Ya era un hábito; lo único que hacía desde que ella murió era beber, trabajar cada vez menos y peor, y ver la televisión.

A la mañana siguiente se despertó pasada la hora de ir a trabajar en el mismo sillón, con la misma ropa y una resaca del demonio. Creyó que se había despertado solo, pero entonces el teléfono volvió a sonar. Lo descolgó torpemente y volvió a sentarse.

-Hola, soy yo. -Era ella. Bruno, paralizado, no respondió. -Espero no haberte despertado. Te he llamado al móvil pero está apagado. Bueno, tenemos que vernos. Ayer no fui capaz de darte explicaciones.

Su voz sonaba áspera, átona, carente de interés. Definitivamente no sonaba enamorada. Bruno seguía sin responder.

-En fin, sé que me estás escuchando y sé que eres tú, me han dicho que sigues viviendo ahí. Voy a ir al cajero y luego hacia el paseo del río, a la altura del Puente Colgante. Te espero allí, no tengo prisa. Hasta luego, Magú.

Al oír su apodo, que sólo usaba ella, una punzada le atravesó el estómago. Siguió sujetando el teléfono en la mano derecha aún después de que ella colgase. Finalmente colgó él también, y fue a darse una ducha.

Su amada había vuelto de entre los muertos; acababa de constatar el hecho, de modo que no se había vuelto loco. Sin embargo, tal vez ésta fuese una alucinación prolongada en el tiempo, vívida, tangible. Mientras se secaba el cuerpo con la toalla que ella solía usar, decidió disfrutar de esa nueva oportunidad a su lado, aún en el caso de que fuese dentro de su imaginación.

Llegó sólo veinte minutos después, sin haber desayunado; antes de que llegase hasta donde ella estaba, Eva echó a andar hacia un merendero cercano, semi oculto por unos sauces, y se sentó. Bruno se sentó frente a ella, sin atreverse a abrazarla o besarla.

Eva parecía tan fría e inclemente como aquel mes de noviembre.

-Hola. -Bruno la saludó con entusiasmo contenido.

-Hola. -Eva trató de ser amable- Me alegro de verte.

-Y yo a ti… ¿cómo…?

Eva no esperó a que formulase la pregunta. -Vale, esto que te voy a contar es muy fuerte, pero no hay forma de edulcorarlo: he resucitado. Sí, esa es la palabra, he vuelto a la vida. Bueno, no lo he hecho yo sola, lo ha conseguido un especialista en terapia génica. Todo estaba planeado; sé que debí habértelo contado, pero no sabía cómo.

Eva hizo una pausa esperando una reacción de Bruno, pero no la obtuvo. Continuó: -El caso es que hace un año un compañero de facultad me habló de este especialista, que estaba experimentando técnicas de reparación celular en enfermos de cáncer y necesitaba sujetos sanos, como control. Nos iba a pagar una cantidad simbólica pero me venía bien. De modo que me presenté allí y tras algunas pruebas, me ofreció participar en un proyecto… más allá de mi muerte. Me pareció una locura, pero él dijo que yo era un buen sujeto experimental porque veía mis ganas de vivir.

-No… no entiendo… -Bruno estaba convencido de que despertaría de un mal sueño de un momento a otro.

-Ya, bueno, nunca fuiste muy rápido. Voy al grano: él es el primer especialista del mundo en “Restauración de las Constantes Vitales y Reposición de Variables Celulares en Cuerpos Intactos”. Esto implica que la vuelta a la vida se tenía que producir antes de que mi cuerpo se deteriorase demasiado. Pero él no podía actuar en mi cuerpo antes de la muerte, porque sus experimentos requerían que mis órganos se detuviesen.

-Pero te enterramos. Yo estuve allí.

-Esa no era yo.

-¡Joder, yo velé tu cuerpo! ¡Estabas ahí, estabas fría! ¡Te maquillaron como a una puta, todo el mundo lo dijo! -Bruno temblaba con la excitación y la confusión.

Ella miró a la mesa durante largo tiempo, y empezó a hablar como si llevase su discurso preparado.

-Viste lo que viste: yo estaba muerta. Pero como te he dicho, todo estaba preparado. No te sientas estúpido, no lo sabe nadie más. Este especialista está infiltrado en funerarias y hospitales, así que recibió una alerta cuando registraron la entrada de mi cadáver en el depósito. En el momento adecuado recogió mi cuerpo y lo sustituyó por otro de una chica sin identificar, para que hubiese algo parecido en la caja en caso de que alguien quisiera abrirla. Hizo un buen trabajo maquillándola, se parece a mí, la vi en una foto después de… volver. Por eso me maquillaron tanto y tan mal a mí, para facilitar la imitación. Me llevó a su clínica, a él no le gusta llamarla laboratorio, y allí me conservó una semana. Estuvo manteniendo mis tejidos en buen estado, induciendo procesos enzimáticos para restablecer el funcionamiento de mis órganos, y en el momento adecuado me trajo de vuelta.

-¿Cómo? ¿Usando la energía de un rayo? -bromeó él, tratando de ser escéptico frente a la evidencia.

-Yo estaba sumergida en un metal fundido en frío, un superconductor eléctrico patentado por él, y al poner en contacto la chispa de un generador de alto voltaje, ocurrió.

El caso es que hice todo esto por un motivo: yo quería otra oportunidad. Aún no había acabado mi carrera, me estaba preparando para unas pruebas en un equipo profesional de voleibol, que como sabes era mi pasión, mi hermana estaba embarazada de gemelos… eran demasiadas cosas las que estaban ocurriendo, y no quería ni pensar en perdérmelas.

-Además, te ibas a casar. -Musitó él con la mirada perdida.

-Sí, bueno, ya hablaremos de eso. -Eva volvió a centrarse en su relato, molesta. -Total, me decidí por eso aunque luego requirió una gran inversión, porque era muy joven y merecía la pena intentarlo.

Bruno se sintió herido por su frialdad y en ese momento se dio cuenta de qué era lo que tanto le inquietaba se su nuevo aspecto. Además de estar pálida, demacrada, y de aquella espantosa cicatriz en el cuello que trataba de disimular con un pañuelo… eran sus ojos. Sus ya de por sí intensos ojos verdes brillaban más que nunca, y no tenían un tono extraño alrededor del iris, ni siquiera inyectado en sangre, o amarillento: era gris. Un gris acuoso que hacía parecer a Eva una bruja, un monstruo, una banshee

-Disculpa que no pueda seguir tu historia, pero hay algo perverso en todo esto, quiero decir… tu tiempo se había terminado. Yo deseé con todas mis fuerzas que no fuese así, pero aquel era tu fin.

-Fue una muerte prematura, no tenía que haber ocurrido. Verás, todo está en tus cromosomas. En los extremos de los mismos están los telómeros, que determinan el número de veces que se van a dividir las células. Alargando los telómeros, alargas la vida de un tejido. Estas investigaciones comenzaron para combatir el cáncer. ¿Me sigues?

-No mucho, pero continúa, por favor.

-Este doctor considera que, si bien por el momento es difícil alargar la vida del paciente manipulando los telómeros para que aumente su duración hasta límites sobrehumanos, todos deberíamos poder vivir lo que estamos destinados a vivir. Y si morimos por causas sobrevenidas, nos da una nueva oportunidad.

-¿Entonces todos podemos saber cuánto vamos a vivir?

-No exactamente, pero podemos conocer nuestra esperanza de vida en función de antecedentes de enfermedades, longevidad de nuestros antepasados… y por la longitud de nuestros telómeros. Ha calculado que no moriré antes de los setenta y seis.

-A menos que tuvieses un accidente.

-Sí, a menos que tuviese un accidente. -Eva se miró las manos, tensa. Llevaba las uñas más largas que antes, o tal vez su piel se había retraído, como Bruno había leído que les ocurría a los cadáveres. Él disimuló su repentino asco.

Se tomó un tiempo para digerirlo todo.

-¿Y vas a casarte conmigo, o ya pasas?- El tono de Bruno estaba cargado de cinismo.

-Necesito un pitillo.

-¿Los resucitados fumáis? Así te vas a volver a morir pronto.

-Ya no recordaba tu repulsivo sentido del humor. -Encendió un cigarrillo -Supongo que no te interesa, pero hago casi todo lo que hacía antes, salvo dormir. Me meto en la cama, dejo pasar unas horas, mi cabeza descansa, y me relajo mucho. Es como la meditación… pero no duermo.

Bruno reconoció a su prometida en la joven flaca y nervuda, fumando con los puños de la chaqueta estirados hasta los dedos.

-Oye, ya sé que todo esto es muy raro… pero yo…

Ella se giró hacia él, extrañada.

-Te quiero. No me importa lo que haya pasado, para mí que tú hayas vuelto es un regalo. Estos meses han sido una pesadilla, yo… Yo pensé en matarme para irme contigo.

-Oye, no sigas, por favor… -la voz de Eva se quebraba por momentos- De verdad, déjalo.

-Quiero casarme contigo. Aunque sea en secreto, me casaré contigo.

Eva estalló, agobiada por tener que fingir: -¡Quería romper contigo! Por eso te llamé. Por eso tenía que verte. Bruno, yo te quería, ¿vale? Te quería, en eso nunca te mentí.

-Pero ahora no me quieres.

-No sé lo que siento, no sé si puedo sentir. Pero quería casarme, desde luego. Ya tenía mi trabajo, mi coche, íbamos a comprar una casa, y…

-Espera, ¿te ibas a casar por cumplir un trámite?

Eva se giró y clavó sus ojos extraños en él. -Tú eras mi novio, repito, yo te quería.

-No me amabas.

-No. Nunca me enamoré de ti, no sabía que eso era un requisito. No conozco a tanta gente que se case enamorada. Sencillamente están bien con alguien y se casan y tienen hijos, es lo que se hace.

-¿Y por qué no nos casamos ahora?

Por primera vez en mucho tiempo, incluso antes de morir, Eva se rio a carcajadas. -Tío, estoy muerta y me han reanimado. No soy la de antes, ¿vale?

-No me importa. Quiero decir… eso es secundario.

-Eh, que sí puedo tener sexo. Sólo que es… distinto, pero me gusta. Lo que quiero decir es que… se acabó, no me gusta lo que tengo ahora. He ido a ver a mis sobrinos y los he visto de lejos, me he despedido de lejos. Pensé que podría explicárselo a mi hermana, igual que te lo he explicado a ti. Pero no quiero asustarlos.

-No das miedo. -mintió.

-Sí lo doy, te lo noto. Lo noto incluso en gente que no me conoce, que vive donde ahora vivo yo, muy lejos de aquí, con una nueva identidad. Mis compañeros de piso disimulan porque son cosmopolitas, pero aún así… Me miran raro, notan que mi temperatura no es la normal. Mi especialista me reembolsó parte del precio por eso, no consiguió subirme de veinticinco grados.

-¿Cuánto te costó?

Eva lo miró ahora de forma culpable.

-Treinta mil. Tenía algo ahorrado de mis trabajos de verano, y además usé el dinero que me dieron mis padres para casarnos… En realidad nunca compré el vestido. No compré los anillos. Fui a la joyería a cancelar el encargo.

-Pero te mataron por ellos.

-No. Me atracaron, pero no llevaba nada y me resistí. Es lo que trataba de explicarte… yo iba a cancelar la boda. Iba a decírtelo, pero no pude. Cambié de idea, ya no quería casarme.

Bruno se quitó las gafas y se frotó la cara, tratando de pensar. Sólo acertó a preguntarle:

-¿Dónde vives?

-Cerca de Londres. Mi especialista tiene la clínica en Whitechapel, y tengo que volver cada cierto tiempo para comprobar mis niveles de telomerasa y mis constantes vitales, o sea, las nuevas. Yo no puedo ir a un médico normal si me pongo enferma: tengo la tensión entre dos y seis, mi pulso es muy lento. Tengo alquilada una habitación en un barrio tranquilo. Me gusta, y aunque hace frío, a mí no me afecta. Nadie pide explicaciones ni se mete en mi vida, y voy tirando con el dinero que me devolvió mi especialista, pero no me atrevo a buscar un trabajo.

-Mujer, en las ciudades grandes las cosas son distintas, hay gente de todo tipo.

-Yo soy muy diferente, demasiado diferente. Tú no lo entiendes, la gente me mira muy mal.

Bruno notó que ella tenía ganas de llorar, pero algo se lo impedía. Algo físico: era como si no tuviese lágrimas.

-No soy humana, ¿comprendes? Yo sabía que no lo sería, pero aún así acepté hacerlo porque quería seguir disfrutando de mi vida. Pero esto es otra cosa. Yo soy otra cosa.

-Tiene que haber alguna forma de ayudarte, tu dichoso especialista tiene que tener algún as en la manga. ¿No hay más como tú?

-Sí. Pero eran mayores que yo cuando esto les sucedió, más experimentados, y más solitarios, no necesitan la compañía de nadie. De todos modos, todos ellos están deprimidos.

-Lo siento mucho.

-Por eso… bueno, hay otra cosa que tengo que decirte. No aguanto estar así. De verdad, lo he intentado, pero cada mañana me levanto deseando que el día sea diferente. Todo es insípido, no percibo las cosas como antes. Y la gente…

-Que le den a la gente, pasa de ellos. También miran mal a otros por otros motivos, pero por eso estás más a gusto allá, ¿no? Pues vive a tu aire. Además, siempre puedes medicarte, ¿no?

Eva sonrió amargamente pero agradecida, viendo los intentos que hacía Bruno por animarla. -No, nada de lo que tomase me podría ayudar. Mi cerebro no funciona como antes, su bioquímica es distinta a la de la gente normal, para la que se hacen los antidepresivos.

-Pues lo siento mucho, ojalá pudiese hacer algo.

-Cielo, no tienes que hacer nada. Ya está todo planeado. Me vuelvo mañana a Inglaterra, y cuando me sienta preparada…

-¿Vas a suicidarte?- Exclamó Bruno.

-No, no hace falta. No creo que pudiese hacerlo. Esto estaba contemplado en el contrato que firmé, por eso pagué dos mil euros más del paquete estándar, él se encargará. Lo único que tiene que hacer la próxima vez que vaya a verlo es inyectarme una sustancia cuando me haga análisis para controlar mis constantes.

-No. -Repuso él, rotundo.

-¿No qué?

-No lo hagas, olvídalo. No puedes morirte ahora.

-Ya te lo he explicado, esto es una mierda. Fui a ver a mis sobrinos porque era una tarea pendiente, pero no sentí nada, ¿comprendes? No me alegré de verlos, en realidad no puedo alegrarme de verte a ti ahora aunque quiera.

-¿Y qué? Nunca fuiste una sentimental. Por favor, piénsalo. Tienes una segunda oportunidad, puedes hacer muchas cosas, y ser feliz de algún modo.

-Ni siquiera puedo trabajar.

-¡Claro que puedes! -Bruno lo apostó todo a una carta. -Llevas una chaqueta muy bonita, ¿a que la has hecho tú?

-Sí. -Eva frunció el ceño, más arrugado que antes.

-Yo te recuerdo calcetando en tus ratos libres, y a la gente le gustaba lo que hacías. Ahora todo eso está de moda, ¿no? Puedes tejer y vender ropa por internet, o en un puesto en la calle. Seguro que la gente comprará tus chaquetas, bufandas, y lo que sea, ¡vives en Inglaterra!

-Bruno, es muy bonito esto que estás haciendo… pero estoy condenada a estar sola, soy un monstruo. Lo que me mantiene en este mundo son los experimentos de un bioquímico que ha encontrado una fórmula para controlar mis cromosomas.

A él se le terminó de partir el corazón al fijarse bien en su boca y darse cuenta su interior no era rosado, sino de un tono violeta apagado. Además, también sus encías se habían retraído. A él siempre le hicieron gracia sus dientes pequeños, pero ahora se veían alargados.

Juntó todo el valor de que fue capaz y le cogió las manos, heladas como si ella aún estuviese en la caja.

-No estás sola. Me tienes a mí.

-Acabo de dejarte, idiota.

-Pero soy tu amigo, desde ya. Aunque estés lejos, me tienes aquí para ti, y podría ir a verte alguna vez. Nunca he salido de Valladolid, e Inglaterra debe de ser muy bonito.

-Eres un encanto, por eso me gustabas. Vale, tengo un amigo. No está mal para empezar…

-¿E internet? ¿no haces amigos por internet? Estoy seguro de que ya has conocido gente.

-Sí, estoy metida en algún foro y alguna red social…

-Pues sigue con ello, pásalo bien. Habla con gente a diario, yo también lo hago. Mira, si te metes a fondo con lo de tejer ropa, conocerás gente de muchos sitios, y no tienes que quedar en persona si no quieres.

Eva enmudeció, se sorprendió a si misma considerando la idea. Vivir hacia dentro. Vivir a su modo, haciendo productivas sus largas noches en vela. También se le daba bien hacer galletas. Podría trabajar desde casa y enviar sus pedidos por mensajería, así se sentiría más a salvo que vendiendo al público. Vivir sin ser vista, pero rodeada de gente. Podría funcionar. Ella no quería morirse… otra vez.

-Mira, sé que no lo vas a decidir ahora, pero por favor, piénsalo. No hagas nada antes de volver a hablar conmigo. No te rindas tan pronto, te lo ruego. Incluso aunque no volviese a verte, sólo deseo que seas feliz.

Eva juntó las manos y se las llevó a los labios, conmovida.

-Pero qué tonto eres. Ven, dame un abrazo. -Eva se levantó y se acercó a él, que ya estaba de pie, expectante. Lo abrazó, y él sintió que el alma se le hacía añicos. Sintió el frío, la delgadez, la falta de aliento; aquella era la Muerte. Su prometida era un saco de huesos que le susurraba palabras dulces.

Aspiró el aire sobre su piel… pero nada, su olor había desaparecido. Tampoco olía mal. Olía a algo entre el suelo mojado después de la lluvia y las tizas de la escuela: anodino, inocuo, inerte. De todos modos la abrazó con fuerza y ella trató de responder.

Cuando Bruno abrió los ojos, aún apretando el abrazo, ella ya no estaba. Notó algo en su bolsillo y sacó una papelito que ella había metido con su dirección e-mail. Lo apretó contra su pecho y se fue a casa. Lloró desconsoladamente durante una hora seguida. Luego su cuerpo quedó laxo, y su cabeza despejada. Una media sonrisa apareció en su cara y se quedó allí para siempre.

Ambos mantuvieron contacto a través del correo electrónico, normalmente era él quien escribía, y ella respondía a veces, siempre con amabilidad y gratitud.

Bruno buscó por su cuenta los avances logrados en la investigación con los telómeros y le telomerasa y descubrió que ya era posible alargar sensiblemente la vida de las células más allá de lo que estaban programadas en principio. Algunos investigadores sugerían que, si bien las consecuencias de estos experimentos eran impredecibles, podían solventar las muertes por cáncer prematuro y otras enfermedades congénitas en gente joven.

Pensó en si mismo y en Eva. Ella lo había rechazado y él no pensaba volver a declararse para no agobiarla, pero… en un futuro lejano cualquier cosa podría pasar. Ella podría volver a sentirse atraída por él, quizá. Y la posibilidad de vivir una época desconocida era tan atractiva que incluso si no volvían a encontrarse, merecería la pena intentarlo.

Tras un tiempo sin saber de ella, una noche Bruno vio una solicitud de amistad al entrar en Facebook. Era de Madeleine the Knitter, la cuenta de una artesana en confección de lana, con imágenes de gran calidad mostrando sus diseños. Bruno reconoció el estilo de Eva en los colores vivos y la composición de las fotografías, muy cuidadas. La aceptó y además se decidió a agregar como amigo a Beyond Health Chromosomic Solutions Whitechapel Ltd, compañía situada en Londres.

Bruno metió otros cinco euros en el bote donde ahorraba lo que ya no gastaba en bebida. Aunque el bote no tenía nombre, él sabía para qué iba a utilizar el dinero.

 

(Este relato fue publicado originalmente en este blog en noviembre de 2015)

Mis chicas favoritas

 

Linda Hamilton

Este post viene inspirado de un lado, por mi antigua sección «jueves de chicas», que tal vez recupere, y por una serie de tuits sobre personajes femeninos que empecé a raíz de unos tuits de otra chica pidiendo que la gente le propusiese artistas, escritoras, directoras y demás, para hacer notar la dificultad de las mujeres para destacar y hacer historia igual que los hombres.

Mi lista no es tan reivindicativa, pero quiero poner negro sobre blanco las mujeres de ficción que más me han marcado, tanto en TV, como en literatura o en el cine.

Son mujeres o niñas que me inspiran a la hora de escribir, o que incluso me han hecho mella como persona, por sus valores y su actitud. Son fuertes, valientes, pero a veces compasivas; fieras protectoras que cuidan de los suyos (tengan hijos o no) y con muchos matices; son ante todo personajes muy ricos.

En general se parecen bastante entre ellas, y supongo que algunas de ellas están inspiradas en otras anteriores, pero en cualquier caso las amo y las tengo muy presentes.

Sin un orden particular:

  • Sara Lund, de The Killing
  • Carol, de The Walking Dead
  • Cersei, Canción de hielo y fuego (también me gusta mucho en la serie, creo que es uno de los personajes mejor reflejados. Catelyn Tully y Brienne de Tarth también son muy grandes)
  • Sarah Connor, de Terminator (es gracioso porque en la serie de TV la interpreta Lena Headay, Cersei en Juego de tronos)
  • Kara Thrace, de Battlestar Galactica
  • Ellen Ripley, de Alien el 8º pasajero
  • Trinity, de Matrix (como mil veces mejor que Neo)
  • Scarlett O’Hara, de Lo que el viento se llevó
  • Lagertha, de Vikings
  • Mathilda, de Léon
  • Matilda, de Matilda (Roald Dahl)
  • Bunny Sukino (en serio, no os riáis) de Sailor Moon
  • Peggy Olson, de Mad Men
  • Vanessa Yves, de Penny Dreadful
  • Lana Winters, de American Horror Story: Asylum (la mejor temporada, de lejos)
  • Skyler White, Breaking Bad
  • Julia, 1984
  • Lisbeth Salander, de Millennium
  • Motoko Kusanagi, de Ghost in the shell
  • Valerie, de V de Vendetta
  • Marge Gunderson, de Fargo
  • Jessie, de Toy Story

Probablemente añada más en sucesivas ediciones del post.

¿Y tú qué opinas? ¿Alguno de estos personajes te han marcado? ¿Cuáles son los personajes femeninos más influyentes para ti?

Vértigo -y II- (relato fantástico)

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Aquí puedes leer la primera parte

-Disculpa que no pueda seguir tu historia, pero hay algo perverso en todo esto, quiero decir… tu tiempo se había terminado. Yo deseé con todas mis fuerzas que no fuese así, pero aquel era tu fin.

-Fue una muerte prematura, no tenía que haber ocurrido. Verás, todo está en tus cromosomas. En los extremos de los mismos están los telómeros, que determinan el número de veces que se van a dividir las células. Alargando los telómeros, alargas la vida de un tejido. Estas investigaciones comenzaron para combatir el cáncer. ¿Me sigues?

-No mucho, pero continúa, por favor.

-Este doctor considera que, si bien por el momento es difícil alargar la vida del paciente manipulando los telómeros para que aumente su duración hasta límites sobrehumanos, todos deberíamos poder vivir lo que estamos destinados a vivir. Y si morimos por causas sobrevenidas, nos da una nueva oportunidad.

-¿Entonces todos podemos saber cuánto vamos a vivir?

-No exactamente, pero podemos conocer nuestra esperanza de vida en función de antecedentes de enfermedades, longevidad de nuestros antepasados… y por la longitud de nuestros telómeros. Ha calculado que no moriré antes de los setenta y seis.

-A menos que tuvieses un accidente.

-Sí, a menos que tuviese un accidente. -Eva se miró las manos, tensa. Llevaba las uñas más largas que antes, o tal vez su piel se había retraído, como Bruno había leído que les ocurría a los cadáveres. Él disimuló su repentino asco.

Se tomó un tiempo para digerirlo todo.

-¿Y vas a casarte conmigo, o ya pasas?- El tono de Bruno estaba cargado de cinismo.

-Necesito un pitillo.

-¿Los resucitados fumáis? Así te vas a volver a morir pronto.

-Ya no recordaba tu repulsivo sentido del humor. -Encendió un cigarrillo -Supongo que no te interesa, pero hago casi todo lo que hacía antes, salvo dormir. Me meto en la cama, dejo pasar unas horas, mi cabeza descansa, y me relajo mucho. Es como la meditación… pero no duermo.

Bruno reconoció a su prometida en la joven flaca y nervuda, fumando con los puños de la chaqueta estirados hasta los dedos.

-Oye, ya sé que todo esto es muy raro… pero yo…

Ella se giró hacia él, extrañada.

-Te quiero. No me importa lo que haya pasado, para mí que tú hayas vuelto es un regalo. Estos meses han sido una pesadilla, yo… Yo pensé en matarme para irme contigo.

-Oye, no sigas, por favor… -la voz de Eva se quebraba por momentos- De verdad, déjalo.

-Quiero casarme contigo. Aunque sea en secreto, me casaré contigo.

Eva estalló, agobiada por tener que fingir: -¡Quería romper contigo! Por eso te llamé. Por eso tenía que verte. Bruno, yo te quería, ¿vale? Te quería, en eso nunca te mentí.

-Pero ahora no me quieres.

-No sé lo que siento, no sé si puedo sentir. Pero quería casarme, desde luego. Ya tenía mi trabajo, mi coche, íbamos a comprar una casa, y…

-Espera, ¿te ibas a casar por cumplir un trámite?

Eva se giró y clavó sus ojos extraños en él. -Tú eras mi novio, repito, yo te quería.

-No me amabas.

-No. Nunca me enamoré de ti, no sabía que eso era un requisito. No conozco a tanta gente que se case enamorada. Sencillamente están bien con alguien y se casan y tienen hijos, es lo que se hace.

-¿Y por qué no nos casamos ahora?

Por primera vez en mucho tiempo, incluso antes de morir, Eva se rio a carcajadas. -Tío, estoy muerta y me han reanimado. No soy la de antes, ¿vale?

-No me importa. Quiero decir… eso es secundario.

-Eh, que sí puedo tener sexo. Sólo que es… distinto, pero me gusta. Lo que quiero decir es que… se acabó, no me gusta lo que tengo ahora. He ido a ver a mis sobrinos y los he visto de lejos, me he despedido de lejos. Pensé que podría explicárselo a mi hermana, igual que te lo he explicado a ti. Pero no quiero asustarlos.

-No das miedo. -mintió.

-Sí lo doy, te lo noto. Lo noto incluso en gente que no me conoce, que vive donde ahora vivo yo, muy lejos de aquí, con una nueva identidad. Mis compañeros de piso disimulan porque son cosmopolitas, pero aún así… Me miran raro, notan que mi temperatura no es la normal. Mi especialista me reembolsó parte del precio por eso, no consiguió subirme de veinticinco grados.

-¿Cuánto te costó?

Eva lo miró ahora de forma culpable.

-Treinta mil. Tenía algo ahorrado de mis trabajos de verano, y además usé el dinero que me dieron mis padres para casarnos… En realidad nunca compré el vestido. No compré los anillos. Fui a la joyería a cancelar el encargo.

-Pero te mataron por ellos.

-No. Me atracaron, pero no llevaba nada y me resistí. Es lo que trataba de explicarte… yo iba a cancelar la boda. Iba a decírtelo, pero no pude. Cambié de idea, ya no quería casarme.

Bruno se quitó las gafas y se frotó la cara, tratando de pensar. Sólo acertó a preguntarle:

-¿Dónde vives?

-Cerca de Londres. Mi especialista tiene la clínica en Whitechapel, y tengo que volver cada cierto tiempo para comprobar mis niveles de telomerasa y mis constantes vitales, o sea, las nuevas. Yo no puedo ir a un médico normal si me pongo enferma: tengo la tensión entre dos y seis, mi pulso es muy lento. Tengo alquilada una habitación en un barrio tranquilo. Me gusta, y aunque hace frío, a mí no me afecta. Nadie pide explicaciones ni se mete en mi vida, y voy tirando con el dinero que me devolvió mi especialista, pero no me atrevo a buscar un trabajo.

-Mujer, en las ciudades grandes las cosas son distintas, hay gente de todo tipo.

-Yo soy muy diferente, demasiado diferente. Tú no lo entiendes, la gente me mira muy mal.

Bruno notó que ella tenía ganas de llorar, pero algo se lo impedía. Algo físico: era como si no tuviese lágrimas.

-No soy humana, ¿comprendes? Yo sabía que no lo sería, pero aún así acepté hacerlo porque quería seguir disfrutando de mi vida. Pero esto es otra cosa. Yo soy otra cosa.

-Tiene que haber alguna forma de ayudarte, tu dichoso especialista tiene que tener algún as en la manga. ¿No hay más como tú?

-Sí. Pero eran mayores que yo cuando esto les sucedió, más experimentados, y más solitarios, no necesitan la compañía de nadie. De todos modos, todos ellos están deprimidos.

-Lo siento mucho.

-Por eso… bueno, hay otra cosa que tengo que decirte. No aguanto estar así. De verdad, lo he intentado, pero cada mañana me levanto deseando que el día sea diferente. Todo es insípido, no percibo las cosas como antes. Y la gente…

-Que le den a la gente, pasa de ellos. También miran mal a otros por otros motivos, pero por eso estás más a gusto allá, ¿no? Pues vive a tu aire. Además, siempre puedes medicarte, ¿no?

Eva sonrió amargamente pero agradecida, viendo los intentos que hacía Bruno por animarla. -No, nada de lo que tomase me podría ayudar. Mi cerebro no funciona como antes, su bioquímica es distinta a la de la gente normal, para la que se hacen los antidepresivos.

-Pues lo siento mucho, ojalá pudiese hacer algo.

-Cielo, no tienes que hacer nada. Ya está todo planeado. Me vuelvo mañana a Inglaterra, y cuando me sienta preparada…

-¿Vas a suicidarte?- Exclamó Bruno.

-No, no hace falta. No creo que pudiese hacerlo. Esto estaba contemplado en el contrato que firmé, por eso pagué dos mil euros más del paquete estándar, él se encargará. Lo único que tiene que hacer la próxima vez que vaya a verlo es inyectarme una sustancia cuando me haga análisis para controlar mis constantes.

-No. -Repuso él, rotundo.

-¿No qué?

-No lo hagas, olvídalo. No puedes morirte ahora.

-Ya te lo he explicado, esto es una mierda. Fui a ver a mis sobrinos porque era una tarea pendiente, pero no sentí nada, ¿comprendes? No me alegré de verlos, en realidad no puedo alegrarme de verte a ti ahora aunque quiera.

-¿Y qué? Nunca fuiste una sentimental. Por favor, piénsalo. Tienes una segunda oportunidad, puedes hacer muchas cosas, y ser feliz de algún modo.

-Ni siquiera puedo trabajar.

-¡Claro que puedes! -Bruno lo apostó todo a una carta. -Llevas una chaqueta muy bonita, ¿a que la has hecho tú?

-Sí. -Eva frunció el ceño, más arrugado que antes.

-Yo te recuerdo calcetando en tus ratos libres, y a la gente le gustaba lo que hacías. Ahora todo eso está de moda, ¿no? Puedes tejer y vender ropa por internet, o en un puesto en la calle. Seguro que la gente comprará tus chaquetas, bufandas, y lo que sea, ¡vives en Inglaterra!

-Bruno, es muy bonito esto que estás haciendo… pero estoy condenada a estar sola, soy un monstruo. Lo que me mantiene en este mundo son los experimentos de un bioquímico que ha encontrado una fórmula para controlar mis cromosomas.

A él se le terminó de partir el corazón al fijarse bien en su boca y darse cuenta su interior no era rosado, sino de un tono violeta apagado. Además, también sus encías se habían retraído. A él siempre le hicieron gracia sus dientes pequeños, pero ahora se veían alargados.

Juntó todo el valor de que fue capaz y le cogió las manos, heladas como si ella aún estuviese en la caja.

-No estás sola. Me tienes a mí.

-Acabo de dejarte, idiota.

-Pero soy tu amigo, desde ya. Aunque estés lejos, me tienes aquí para ti, y podría ir a verte alguna vez. Nunca he salido de Valladolid, e Inglaterra debe de ser muy bonito.

-Eres un encanto, por eso me gustabas. Vale, tengo un amigo. No está mal para empezar…

-¿E internet? ¿no haces amigos por internet? Estoy seguro de que ya has conocido gente.

-Sí, estoy metida en algún foro y alguna red social…

-Pues sigue con ello, pásalo bien. Habla con gente a diario, yo también lo hago. Mira, si te metes a fondo con lo de tejer ropa, conocerás gente de muchos sitios, y no tienes que quedar en persona si no quieres.

Eva enmudeció, se sorprendió a si misma considerando la idea. Vivir hacia dentro. Vivir a su modo, haciendo productivas sus largas noches en vela. También se le daba bien hacer galletas. Podría trabajar desde casa y enviar sus pedidos por mensajería, así se sentiría más a salvo que vendiendo al público. Vivir sin ser vista, pero rodeada de gente. Podría funcionar. Ella no quería morirse… otra vez.

-Mira, sé que no lo vas a decidir ahora, pero por favor, piénsalo. No hagas nada antes de volver a hablar conmigo. No te rindas tan pronto, te lo ruego. Incluso aunque no volviese a verte, sólo deseo que seas feliz.

Eva juntó las manos y se las llevó a los labios, conmovida.

-Pero qué tonto eres. Ven, dame un abrazo. -Eva se levantó y se acercó a él, que ya estaba de pie, expectante. Lo abrazó, y él sintió que el alma se le hacía añicos. Sintió el frío, la delgadez, la falta de aliento; aquella era la Muerte. Su prometida era un saco de huesos que le susurraba palabras dulces.

Aspiró el aire sobre su piel… pero nada, su olor había desaparecido. Tampoco olía mal. Olía a algo entre el suelo mojado después de la lluvia y las tizas de la escuela: anodino, inocuo, inerte. De todos modos la abrazó con fuerza y ella trató de responder.

Cuando Bruno abrió los ojos, aún apretando el abrazo, ella ya no estaba. Notó algo en su bolsillo y sacó una papelito que ella había metido con su dirección e-mail. Lo apretó contra su pecho y se fue a casa. Lloró desconsoladamente durante una hora seguida. Luego su cuerpo quedó laxo, y su cabeza despejada. Una media sonrisa apareció en su cara y se quedó allí para siempre.

Ambos mantuvieron contacto a través del correo electrónico, normalmente era él quien escribía, y ella respondía a veces, siempre con amabilidad y gratitud.

Bruno buscó por su cuenta los avances logrados en la investigación con los telómeros y le telomerasa y descubrió que ya era posible alargar sensiblemente la vida de las células más allá de lo que estaban programadas en principio. Algunos investigadores sugerían que, si bien las consecuencias de estos experimentos eran impredecibles, podían solventar las muertes por cáncer prematuro y otras enfermedades congénitas en gente joven.

Pensó en si mismo y en Eva. Ella lo había rechazado y él no pensaba volver a declararse para no agobiarla, pero… en un futuro lejano cualquier cosa podría pasar. Ella podría volver a sentirse atraída por él, quizá. Y la posibilidad de vivir una época desconocida era tan atractiva que incluso si no volvían a encontrarse, merecería la pena intentarlo.

Tras un tiempo sin saber de ella, una noche Bruno vio una solicitud de amistad al entrar en Facebook. Era de Madeleine the Knitter, la cuenta de una artesana en confección de lana, con imágenes de gran calidad mostrando sus diseños. Bruno reconoció el estilo de Eva en los colores vivos y la composición de las fotografías, muy cuidadas. La aceptó y además se decidió a agregar como amigo a Beyond Health Chromosomic Solutions Whitechapel Ltd, compañía situada en Londres.

Bruno metió otros cinco euros en el bote donde ahorraba lo que ya no gastaba en bebida. Aunque el bote no tenía nombre, él sabía para qué iba a utilizar el dinero.